140 caracteres no me bastan

¿Cuánto rato soportamos escuchar? ¿Durante cuantos minutos o segundos somos capaces de mantener la atención sobre un texto? Ese tiempo, ¿lo consideramos desperdiciado o una inversión? Internet, las redes, dan la impresión de hacernos personas más informadas. En realidad es así, porque nos capacitan para acceder a más datos, más conocimiento y a poner en común más opinión. Pero, ¿sabemos leer todo eso? ¿somos capaces de gestionar ese saber del modo adecuado, obteniendo de ello el provecho óptimo?

El periodista y crítico cinematográfico Javier Tolentino (El séptimo vicio, Radio 3) decía hace unos días que «el periodismo debería reflexionar mucho en este país y no lo está haciendo». En su opinión los medios de comunicación «no cuentan lo que está pasando». Y lo que está sucediendo, entre otras cosas, es que la democratización de la información que han posibilitado las redes sociales carece de profundidad. Está delimitada por el yugo de la inmediatez y de la brevedad.

La gran fabrica de las palabras

La educación (la que se imparte en la escuela) ha sido objeto de conflicto especialmente en los últimos cuatro años. Algunas leyes y decretos de sobras conocidos imponen cambios acelerados en un pilar de la sociedad en el que se ha estado trabajando desde que se inventó la Humanidad. Dijo el presidente del Govern, José Ramón Bauzà, que su partido no renunciará al TIL si gobierna de nuevo a partir de mayo. En su anterior programa electoral, el PP abordaba explícitamente la cuestión educativa en términos de pacto de estado con el propósito de configurar un modelo con vocación de permanencia. Desde esta perspectiva, por tanto, el trilingüismo diseñado esta legislatura parece condenado a una breve existencia si los votantes no refrendan a los impulsores de esta medida que muere antes de nacer porque se precipitó el parto. Básicamente por una actitud de soberbia.

Pero un modelo de enseñanza abarca más que la la cuestión lingüística, concierne a toda la estructura y, por eso, no puede ampararse únicamente en lo que PISA dice acerca de lo que sucede en las aulas. Como señala el profesor de Geografía Humana de la UIB Cels García, «eso es cortoplacista. Parece que solo nos importa la nota que sacamos en Europa». Sin duda esa nota es relevante y no solo en materia educativa, pero no debería marcar la agenda ni alimentar ningún complejo.

La comunidad de enseñantes analiza cuál debe de ser la escuela del futuro. Un debate que ha suscitado escaso interés de la clase política por ahora, pero que se cuece a fuego lento en el fogón de la comunidad docente. Quienes alguna vez generalizaron con el tópico del desinterés vocacional del maestro, deberían ahora matizarlo o, en su defecto, callar. Como en cualquier familia, también en esta hay de todo. Pero lo que escasea (por no decir que adolecen de ello) ahora mismo entre los políticos es la capacidad de expresar interés por lo que sucede más allá de la frontera de sus partidos; es tanto el ego que proyecta sobre el resto una determinada parte de nuestra estructura social, que nos hemos pasado la crisis reflexionando sobre qué va a ser del sistema político como lo entendíamos hasta ahora, sin comprender que, en el fondo, ese no era en realidad problema nuestro.